Dejando escribir a mis manos voy al encuentro de tu saliva. No tengo opción. Dejando escribir a mis manos veo la noche. La ventana, el surrealismo que me incita, veo colores, desteñidos atardeceres, ensangrentados amaneceres. Huelo café, cuando las manos escriben sueño sueños de madera, letras tridimensionales conformando nombres sobre nubes, elevando sensaciones, recomendando sinfonías.
Dejo escribir a mis manos por el placer de verlas, por el placer de sentir las teclas siendo golpeadas suave o salvajemente por mis dedos. Disfruto del sonido. De cada parte de escribir, de la tinta que hoy no es tinta, de la hoja que ya no es hoja.
Dejo a mis manos escribir para poder hundirme en ti. ¿Comienzo a sonar a carta? Me vale madre, son mis manos. Me hundo en ti, con letras, con fantasías hechas imágenes descritas por mí. Vívidas, vividas. Sin un gramo de inocencia te desnudo. Eres tan real, inmensamente real poniendo tu espalda en la palma de mis manos dejándote acariciar, poniendo tus labios en camino de mi cuello, poniendo tus nalgas en la punta de mis dedos, poniendo tus pechos en mis dientes. Eres tú. Libre, laberíntica. Libertina en mi delirio. Eres tú en mis manos porque son quienes te escriben, te describen. Mis manos te comparten, con mi lengua, con tu propia lengua, te comparten con el aliento, con los gritos, con los gemidos, con el sudor que mezclamos. Me llevan a tus pezones con más fuerza, a tu pelvis vuelta loca. Me llevan a penetrarte con furor.
Son solo mis manos quienes escriben. Te describen. Buscan tu número telefónico, te marcan. Me cambian el nombre, te cambian el nombre. Me cambian la cara. Te vuelven otra, te llevan de la mano fuera del hotel imaginario hasta llevarte a tu lecho matrimonial, en el que alguien que no soy yo te besa. Te dice que te ama.
Y mis manos solo ríen. Saben que no soy yo.