EN TU CAMA


Estás sola en tu recámara. Desnuda. Tal vez piensas, tal vez lo único que no quieres es pensar. Un calor insoportable se apodera de ti: las sábanas te acarician, orquestan: tus manos siguen. Con armonía tus dedos recorren tu pecho, las yemas de tu índice y de tu pulgar rozan suavemente tus pezones, la palma de tu mano baja por tu abdomen. Gimes en silencio. No quieres estar sola, tu cuerpo no quiere que estés sola. Cierras los ojos y haces música en tu mente. Haces aire y haces fuego. Cierras los ojos y tu mano te falta al respeto, ataca entre tus piernas con furia. Tu humedad la recibe. Cierras los ojos. Un fantasma te penetra, gimes, gritas. Jadeos de dolor y de pasión. Lloras. Vibras sin saber qué es lo que pasa. El silencio de tu entorno se llena con placer. Estás sola, pero sientes un beso. Estás sola pero no estás sola. Un orgasmo toca a tu puerta, va trepando por tu ombligo, se desvive en tu sudor. Tu saliva entregada por completo a ese fantasma que te impregna, que te llena de ese aliento de deseo. Cierras los ojos, haces música y la música te besa. Tus labios compartidos. Estás desnuda entre las sábanas pero no estás sola ya. Un fantasma te penetra y la música te inventa. Finalmente aquel orgasmo te alcanza. No te das cuenta, pero gritas mi nombre. No te das cuenta pero soy yo quien te observa desde la ventana.
No te das cuenta, pero soy yo. Más allá de tu imaginación y de tu apego al pasado. Más allá del cuarto de hospital en el que habitas. No te das cuenta, pero soy yo quien nunca te dejará de perseguir. Tu locura no es mi muerte.

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