Muchas veces he pensado que me gustaría conocer más a mi enemigo. Saber más de él, entender mejor sus estrategias. Muchas veces he pensado que al menos me gustaría saber quién es en verdad mi enemigo. Sería bonito pensar que no tengo enemigos, pero también sería estúpidamente ingenuo.
Hoy me topé con una suástica. Mal pintada. En una pared por la que somos pocos los judíos que pasamos diario. Definitivamente no tenía una connotación amigable. Muchas veces he pensado en lo mucho que me gustaría saber quién es mi enemigo y por qué es mi enemigo.
Me entristece el odio y me encabrona la cobardía. En el siglo veintiuno deberíamos de saber más, de ser más conscientes, de entender y tolerar. Pero no, simplemente nos encontramos con más hipocresía y más cobardía. Con más gente que odia, pero no lo dice en voz alta para no ser criticados. Claro que están los que odian y matan abiertamente, en nombre de una causa. Esos mismos que ponen en peligro y en la mira de la humanidad a la gente de su raza. Equivocadamente. Aquellos que hacen que la ignorancia cobre fuerza. Jodido. Sigue siendo cobardía. ¿Los que odian sabrán por qué odian? ¿Entenderán realmente por qué son enemigos de sus enemigos? En las noticias, Francia. Y después, en México, una suástica con dedicatoria. Nada nuevo, odio viejo. ¿Y todo lo que sabemos hoy? ¿Y todo ese conocimiento accesible?
Muchas veces he pensado que conocer a mi enemigo me ayudaría a entender y a aclarar. Que seguramente saber quiénes son me ayudaría a que fueran menos. Más conocimiento, más tolerancia. Debería ser más sencillo.
Pero con lo que nos topamos es con otra historia. Con silencio. Cobardía y escenarios de odio.
¿Tú haces algo por promover la tolerancia?