Tardé pocos minutos en volverme loco en los minutos siguientes a conocerte. Primero vino. Luego palabras. Después colores. Después la memoria de tu sudor amenazante, desafiante. La insistencia de tu perfecta presencia junto a mí. Luego fueron tus labios y su roce con los míos. Luego tu pecho despertando mi erección en un abrazo. Luego tus gemidos sintiendo esa erección. Lo siguiente fue el calor que desprendían nuestros pechos al fundirse en un solo sudor. Tardé pocos minutos en volverme loco antes de conocerte. Antes de tenerte y saber que no existías. Que nunca has existido para mí.
El resto es la memoria y su inmediata distorsión de mis sentidos.