Por alguna razón más allá de mi entendimiento, mi iPhone amaneció tocando la Patética de Tchaikovski. Yo no le pedí que lo hiciera, no la programé ni estaba dentro de mis más escuchadas recientemente, simplemente puse Play mientras me rasuraba y salió: yo pensé que no me había hecho caso el aparato porque en un principio no sonaba nada pero como yo tenía ya las manos llenas de jabón, no pude asegurarme de que todo estuviera en orden. No era tan importante rasurarme sin música un día.
Y de pronto escucho. Tararara… tararararara… tararán. La sexta y última sinfonía de Tchaikovski, la Patética, la crónica de su propia muerte. Y yo con la navaja en la cara. Mientras la música comenzaba a hacerse evidente gracias a la aparición de instrumentos, yo cerré los ojos por un instante y respiré ese primer movimiento. Luego terminé de rasurarme pero no apagué a Tchaikovski, me acompañó en cada uno de mis procesos matutinos, calcetines, zapatos, corbata, café, periódico. Otro café. Un poquito más periódico. Hasta que se me hizo tarde.
Me di cuenta de que una parte de la Patética (la parte bella) se quedó conmigo en camino a un desayuno, en el coche, era tanta su presencia que no pude poner nada más. El tarara… tararararara… no daba espacio para que entrara una sola nota más. Mi cabeza entraba en un trance. Y la soledad del coche me permitía pasar por ese trance. Y mi mente, en estado de trance comenzó a formar una historia.
La tinta. La misma tinta que componía sinfonías, la misma de un majestuoso concierto para piano, de muchos, de millones de notas, de miles de sinfonías, de cientos de obras maestras, la misma tinta que busca un papel para sentirse plena apareció en mi mente como personaje principal, una tinta desinhibida, sin pretensiones, buscando un cuerpo desnudo, una hoja en blanco, un espacio para poder llorar en medio de caricias.
Entonces la tinta llegó a convertirse en palabras, en cuentos, en tragedias, en poesía, a convertirse en la historia de mil civilizaciones. Mientras el papel solo sentía las caricias, poco a poco la tinta dejó de ser ella misma para volverse parte del papel, para convertirse en un ser absoluto. Y en ese instante hicieron el amor. Cuando eran uno solo, cuando se besaban con el mero hecho de existir.
Y el tráfico de la ciudad terminó de pronto. Y mi imaginación terminó buscando un lugar para poder estacionarme, pero una parte de mi sangre quedó manchada de tinta, mi piel sentía la cercanía de esa otra piel, de la surrealista, de aquella que posiblemente no existía, de la piel sin cara, de las caricias sin piel, del orgasmo sin excusa. Una parte de mí fue sangre y la otra melodía.
Pero yo no encontraba dónde estacionarme.
Una vez que encontré un lugar, intenté sacudirme de música y poesía, buscar un poco de tranquilidad fuera de mi sudor interno, de aquel fuego que contaba secretos mucho antes de su confesión.
Y recordé las imágenes sin nombre, las bocas sin cara. Los besos con ojos cerrados. La saliva: tinta transparente. Y traté de buscar unos hombros en mi mente que pudieran ser de fuego, de mis manos. De un mundo real.
Intenté buscar el significado actual del surrealismo, vi las imágenes que crean millones de personas para que yo vea en ese instante, vi los colores que habitan en miles de mentes que se comunican conmigo, vi los ojos y las palabras, las bocas y los cantos, vi todo lo que puede escucharse en medio del color. Y recordé a Octavio Paz: “El surrealismo no se propone tanto la creación de poemas como la transformación de los hombres en poemas vivientes.”.
Me di cuenta, que esto nunca había sido más verdad que hoy, ahora, en la era del color, de la deformación de la realidad, de la inmediatez de la poesía, en la era en la que somos, soy, eres. Un poema viviente, un poema con patas, de colores, con ojos perfectos y efectos de carbón. Soy una caricatura perfeccionada de mí. Un poema viviente y la sensualización de la verdad.
Soy Paz y soy Tchaikovski con un iPhone en la mano creando imágenes, palabras, escuchando. Respirando a través de una mente surrealista.
Siendo así, no me queda más que desear un buen día para todos.
AYER
CARRERA: No dado de alta todavía.
YOGA: No.
MEDITACIÓN: Veinte minutos
NOVELA: Corrección 500 palabras
POESÍA: Sí
IMAGEN: Autorretrato disfrazado de otro yo.
CONSEJO: Ponerse unos audífonos y olvidarse durante 40 minutos del mundo entero mientras suena la Sexta de Tchaikovski. Dejar a la mente volar para crear historias y fábulas.