Pasé muchas horas perdido en esa imagen discreta de tu sonrisa. Días. Finalmente decidí salir por un segundo para descubrir que tus ojos son enormes. Color, forma, profundidad y brillo aparte. Enormes. Fue entonces cuando me permitiste acariciar despacio tu espalda desnuda mientras dejaba a un lado tu sonrisa y exploraba la inmensidad de tus ojos. Entonces te besé. Y perdí las dos nociones, las tres. Todas. Los sentidos se juntaron en mis labios. En tus labios, reconocía tus ojos a pesar de tener los míos cerrados, reconocía tu sonrisa a través de mis labios. Me separé de ti para observar tu perfecta desnudez. Un segundo, y sonreí. Tú lo hiciste y alumbraste la habitación. Mi mano fue buscando poco a poco tu humedad, mis labios coqueteaban con tu cuello. Pero yo no podía dejar de ver dentro de tus ojos un solo segundo. Regreso a tu sonrisa, encuentro un espacio entre tus piernas que me llama, magnetismo. Mi mano lo busca, mis dedos te buscan. Por dentro. Te despiertan. Te regresan a un ligero suspiro, un leve gemido que crece. Metamorfosis de una sonrisa. Que se vuelve mía, que se vuelve placer. Que me ruega que cambie de rumbo. Que ruega a mi lengua por su vida. Y mi lengua obediente se funde de un solo golpe en tu humedad ya mía. Tu sonrisa sigue escondida, tu aliento crece. Un orgasmo vuelto estrella. En mi lengua. Te penetro sin pedir permiso. Llego a ti. Mis labios a tus besos quienes son ahora responsables del refugio de aquella sonrisa. Te beso con más fuerza al desvivirme dentro de ti. Al entregarme por completo. Y después del caos de dos orgasmos asociados, regreso a tus ojos y me cuentan un secreto. Tu sonrisa de regreso junto amí.
Nos abrazamos. Y sigo perdido en tu sonrisa.