ATRAPADO

Encerrado en esa ridícula imagen. Atrapado. Sin más. Vendido a la más pura sobriedad de un camino desconocido. Atrapado en esta desértica soledad que me lleva a divagar por mi memoria, esa misma que infaliblemente me conduce a ti. Y recuerdo. Atrapado. En esta ridícula imagen de ti: aquí. De mí: en ti. Asociando sensaciones con visiones. Tu cuerpo desnudo, mi cuerpo despierto. La inusitada relación de dos amantes: del pasado. Del intrépido dolor de la esperanza. De un cuerpo desnudo en el pasado: el tuyo. Conmigo.

​Sin mí. ¡Qué más! La asombrosa necesidad de poseerte. De poseer al pasado para regresar a tu cama, a un beso tuyo, solo un beso, ¡por favor!, no quiero más. Un instante del pasado, tu saliva dando vueltas por mi lengua, tus piernas atrapadas en mi espalda, tu humedad hecha gemidos, tu pasión hecha desvelo. ¡No pido más! Solo penetrarte. Como lo hacía antes, como lo hacíamos antes, como lo imaginábamos si no lo hacíamos. Penetrarte y soñarte: cerrar los ojos, tan solo para poder abrirlos de nuevo y descubrir que eras tú quien se encerraba entre mis sábanas. Tú debajo de mí. Yo dentro de ti. Sudor y luna.

No estás. Sin embargo yo sigo encerrado. En ti. En el olor de tu humedad y la amargura del presente. Sin tu ropa arrumbada debajo del colchón, sin el olor a sexo en las sonrisas, sin tus ojos perdidos en el techo, sin tu ombligo asomando su mirada entre mis dedos, entre el tibio resplandor de la mañana. No estás. Y yo atrapado en tu lugar y tu memoria. En tu orgasmo con mi nombre en sus entrañas. ¡Qué dolor! ¡Qué puto dolor el no tenerte! El no sentirte y no sentirme. El saber todo perdido. Todo perdido.

​Todo perdido. Oscuro. Nostalgia y paciencia. Tu nombre, nuestro pasado invadido de recuerdos. ¡Ven! Te lo ruego, ¡ven! Ven al pasado y no te vayas más. ¡Ven! Al menos regresa para aquella noche que precederá a mi muerte. Todo está perdido en un pasado que se escapa de mi mente. Que te lleva hasta mi alcoba y me encierra en un cajón. Todo está perdido y mis manos buscan la desnudez de tu espalda arrancando ruidos de la tierra. Arrancando gritos de tu nombre.

​Sofocando estrofas del pasado en esta tumba. Descubriendo que eres más grande que la vida.

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LA HERMOSA BEL

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El centro de la ciudad era su casa, su campo, su elemento. Burlaba los coches con incomparable astucia y conocía cada rincón, cada basurero. Rinat era un gato ágil y esbelto, un macho delicado y hábil. Avanzó por la Tercera Avenida hasta llegar a la calle 43, subió dando brincos y trepando por balcones y escalinatas hasta llegar al piso 4, en el que se encontraba Bel, la gata más hermosa del barrio, la gata más hermosa, más blanca y más sensual de todas, de toda la ciudad, de todo el mundo, Bel era una gata en un millón. Y Rinat lo sabía. Él era quien lo sabía. La deseaba mientras paseaba por las calles, la llevaba deseando días, la deseó mientras subía por la pared para llegar hasta su apartamento.
Al entrar por la ventana, Bel lo recibió con un arañazo en la cara, Rinat llevó sus manos a la cara. Sabía que lo merecía.
-Yo no soy ese tipo de gata, ¿lo entiendes? –Bel gritaba- ¡A mí me tratas como la princesa que soy! ¡Hijo de puta! ¡Lárgate de mi vista!
Rinat intentó abrazarla, consolarla, pero Bel seguía golpeándola. Rinat preguntaba, por qué, ¿qué había hecho para merecer ese recibimiento? Pero Bel dio media vuelta y se perdió por una puerta que Rinat no conocía. El gato sabía que llevaba días sin aparecerse por ahí, sin dar señal alguna de vida. Pero la vida de los gatos de la calle requería de esa libertad para lograr la supervivencia, todos debían saberlo. Todas las gatas hermosas debían saberlo. Una paloma se acercó a la ventana:
-¡Pst! Rinat…
-¿Qué?
-Otro gato vino a ver a Bel anoche, sólo para que lo sepas.
-¿Otro gato? ¿Quién? ¡Dime! ¡Lo voy a buscar hasta matarlo!
-No creo que puedas… ¡je! Es un siamés, enorme, bellísimo. Mucho más fuerte que tú, con garras más filosas.
-¿Por qué no te vas de aquí? ¡Chismosa! No te creo nada. Siempre haces lo mismo.
Pero se acercó otra paloma, y dijo lo mismo. Otra. Rinat sabía que las palomas callejeras podían ser peligrosas cuando se juntaban de noche, prefirió dejar de retarlas. Intentó seguir a Bel, pero la puerta estaba ya cerrada. Las palomas intentaban decir algo desde la ventana pero Rinat intentaba no escuchar, las veía fumar. Como siempre, uno tras otro encendían los porros, dejaban todo el callejón apestando a marihuana. Rinat buscó la forma de abrir la puerta de una u otra forma, pero no lo conseguía. De pronto se abrió y salió Bel ignorándolo, caminando con soberbia y dirigiéndose a la ventana. Ofreció un café a las cuatro palomas que se encontraban ahí y ellas le dieron de fumar. Rinat intentó interponerse para impedirlo, pero ahora eran las cinco que lo ignoraban. De un salto salió de la ventana y cayó en el barandal del piso 2. De ahí bajó hasta la calle y salió corriendo. Buscaría a su clan, a todo su equipo para matar al siamés.
A las once en punto de la noche ya eran tres gatos en el piso cinco del edificio que daba frente a la ventana de Bela. Observaban todo sin ser observados, listos para atacar a la llegada de cualquier extraño. Rinat recordaba que no había podido verla por estar en los bares, consiguiendo sobras de tragos y de comida, jugando apuestas para ganarle un regalo bello a su mujer. Recordaba aquellas noches, los besos y las caricias, recordaba la lengua de su amada recorriéndole las patas, la espalda, aquellos abrazos y aquella calidez, aquella sensación de bienestar y de presencia, sus ronroneos cuando se besaban, sus garras tiernamente arañándose. Dio un brinco y llegó de nuevo hasta su ventana. Ella lo recibió cortésmente pero le suplicó que se marchara lo antes posible, que nunca más se acercara a ella. Que lo odiaba. Por favor, que se largara. Miró por la ventana, eran ahora las palomas quienes charlaban con sus compinches, no entendía nada. De pronto, sintió unas garras por su espalda. No era Bel. El siamés lo atacaba. Bel se acercó a él. Rinat sabía que lo ayudaría.
Mientras sus amigos espantaban a las palomas para llegar a él, sintió las uñas de su amada clavándose en el corazón. Cuando llegaron a salvarlo, ya había muerto.
El siamés y las palomas eran sólo un plan. A Bel, nadie la dejaba con ganas.
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TÚ, FUEGO

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Qué maravilla sentir que llegas en una noche así, fresca. Fría. Una de las primeras noches frías del año. ¿Te das cuenta? Eres una chimenea. Y yo puedo hablar contigo, llegas a mí en forma de fuego. Y yo, un leño seco, frío, abandonado durante meses, no puedo sino agradecer tu presencia. Eres tan bella en forma de fuego, tan poética naciendo desde chispas. Veo tus ojos y su forma de mirarme, veo tu risa, tu boca.

Pero sobre todo, siento tu calor. La tierna caricia que poco a poco va quitándome el frío. Ya no soy un leño abandonado, te tengo. ¡Qué maravilla sentirte en una noche así! Dejo de sentirme solo, tu suave aroma, tus caricias.

Cada vez encuentro más pasión en ti, llegas más profundo. Ya somos uno mismo, nuestros gemidos hacen humo. Tú no eres humo: somos humo, somos esa nueva forma de calor. Nos penetramos, ocupamos el mismo espacio, descubrimos formas nuevas de caricias, de sexo y de emoción descubrimos formas nuevas de querernos.

Llegas más profundo. Cada vez más. Te siento. Fuerte, inmensa. Ocupándome por completo, totalmente. Devorándome. Devorándome. Devorándonos entre besos y caricias, en posiciones y lugares. Pasión. Pasión pura.

De pronto el ardor llega más profundo, duele. Yo ya no tengo espacio para amar, tú quieres llegar más lejos, has obtenido todo de mí. No tengo más qué darte. No tengo nada más. Pero intento. El resto de mi yo está carbonizado, sin futuro. Intentando darte de mi piel. Alimentarte con mi cuerpo, crear humo puro de nuevo. Crear pasión.

Sin embargo, me voy acabando. Me divido. Y tú cada vez juntas más fuerza. Llegas más dentro. Dueles más. Ardes más.

Hasta que termino siendo ceniza, en el fondo. Y tú tan sana en forma de fuego, tan grande, tan brillante. Dando la bienvenida a un leño seco, frío. Abandonado durante meses. Lleno de vida, de deseo. De futuro para ti.