Paradójicamente, la libertad absoluta es un concepto relativo; sin embargo, nuestra vida no es sino un enorme conjunto de momentos, mismos que representan aquello que nos hará sentir o no libres, ya sea absoluta o relativamente. Aquí empieza mi historia, mi historia se llama Ella, y más adelante explicaré su relación con mi libertad y el absurdo concepto de cualquier absolutismo.
Primera parte: chocolate. Sus manos hacían magia, conocía la proporción perfecta entre ingredientes, la relación exacta y las combinaciones precisas. Todos aquellos sabores que no pueden siquiera pensarse juntos, ella los exploraba, los transformaba, los hechizaba y terminaba con un bocado de chocolate y su toque especial: casi místico. La sensación duraba segundos, pero eran segundos que vivían en la sangre, segundos en los que todo el cuerpo perdía el control y las emociones se convertían en sensaciones filtradas por la lengua.
Segunda parte: mi lengua tocó su cuerpo. Sus manos hacían magia, y la primera ocasión en la que pudimos estar a solas lo demostró, el chocolate manipulado por ella era hipnotismo. Su cuerpo desnudo era solo una visión, un destello de fantasía envolviendo por completo mi esencia humana, con todas las partes que esto puede representar. Un toque casi amargo llevó a mi lengua en línea recta hasta su ombligo. Ahí el sabor fue tan dulce que empalagaba. No me permitió seguir, me obligo a dejar mi pecho presionando entre sus piernas, como si yo no fuera más que un instrumento para su primera etapa de placer, gemía mientras detenía con suavidad mis hombros. Luego tomó mi cabeza y con un dedo puso en la punta de mi lengua un sabor a chocolate único, distinto a todo, a sabores, a olores, a textura: distinto, sin más. Segundos después, mientras reconocía lentamente dicho sabor, sentí cómo mi boca se anestesiaba con una relación placentera, mis manos, mi cuerpo. Algo pasaba en mí. De pronto sentí como sus manos guiaban a mi cabeza. Luego, ya entre sus piernas, sentí la furia de su humedad en mis labios, en mi lengua, en cada parte de mi mente. Sus gemidos me penetraban por cada poro, cada vez con más intensidad mi boca la exploraba, cada vez su humedad gritaba con más fuerza. Justo en el instante en el que un orgasmo comenzó a surgir de ella, me obligó a penetrarla. A besar su boca mientras lo hacía. Yo había perdido el conocimiento mucho tiempo antes, o no lo había perdido, no sabía absolutamente nada. Hasta que, fuera de mí, logré observarme encima de ella, dentro de ella, gritando con toda mi fuerza mientras nuestras bocas intentaban callar nuestros alaridos sin lograrlo. Su orgasmo fue mío, el mío de ella. Su olor fue más maravilloso todavía que cada sabor que me había llevado a conocer.
Tercera parte: me di cuenta que ya le pertenecía. Iniciamos algo. Al menos eso pensé. Sin duda lograríamos algo, el tiempo nos llevaría de la mano a una vida en común. O algo. Yo le pertenecía.
Cuarta parte: la libertad absoluta es un concepto relativo. No la volví a ver. Como si nunca hubiera existido. Su teléfono pertenecía a alguien más, en su dirección nadie parecía haber escuchado nunca de ella. Por primera vez había sentido libertad, comprensión, plenitud, por primera vez había conocido a alguien que me escuchara a pesar de no tener voz, por primera vez logré gritar en vez de callar. Y terminé perdiéndome en ese silencio.
Hasta que la encontré, saliendo de mi trabajo, en el espectacular de la avenida principal. Era ella, la modelo del anuncio. Yo: un idiota. El mismo de siempre.